Jueves 5 de Marzo de 2009

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A la vera del camino

EL ESCENARIO ERA DANTESCO

por Osvaldo Martinez

Afuera llovía y llovía. Faltaban un par de carreras para el cotejo jerárquico y dentro del salón de socios había silencio de hospital. Muchos estudiando, otros tomando café, algunos mirando por los ventanales que dan a la cancha, hasta que él irrumpió.
Siempre se lo nota del mismo modo. Se pelea, sanamente hablando, con casi todos y discute defendiendo sus posturas, como soldado con armadura. Incluso un comentario de Mónica al pasar, sobre si había visto el partido del domingo (el hombre es de River) no le llegó.
Parecía mortificado, será la lluvia, un par de problemas con los caballos, hace una semana la sequía en sus campos, ahora la inundación. Pero no, era algo muchísimo más grave y que le haya pasado a él, era realmente conmovedor. Esperó el momento preciso y en un tono no muy fuerte, pero tampoco bajo, lo encaró a Juan Garat y le dijo. Te voy a contar algo que no me lo vas a pode creer. Juan se cruzó de brazos, listo para escuchar.
Yo dejé de de escribir una nota para el sitio. Y Fernando comenzó a relatar su terrible tragedia. Estando en Ayacucho y bajo una lluvia torrencial, sintió un ruido ensordecedor que atronó el espacio.
Al rato la terrible noticia, un rayo, un tremendo rayo, había caído en el campo. Justo donde estaban las 18 yeguas madres de polo, los potrillos y el padrillo. Me imagino que se recordarán de Divertite Loco, aquél Luhuk defensor del stud Las Hormigas.
Salí corriendo, mientras llegaba al lugar pensaba cuál de las yeguas habían muerto. Y cuando llegué no lo podía creer. Estaban todos en el piso, calcinados, muertos. Las yeguas, el padrillo y los potrillos, todos.
Juan Garat sintió como si le hubiesen clavado un cuchillo, me levanté raudamente para ponerme al lado de Fernando, pero la verdad lo único que me salió fue un ¡increíble!. Se largó una carrera, volvimos a nuestros asientos, pero no aguanté más y le pregunté si se lo podía contar a los que siguen Campana. Me autorizó.
El miércoles en San Isidro, Fernando no vino a discutir con nadie, vino a ver sus caballos, pero además para contar ese terrible momento vivido. Justo a un hombre que ama al caballo como pocos le sucede una cosa así. Es que los Santamarina vivieron toda la vida junto a los caballos.
Lo invité a que participe en la sección Gente de Turf. Eso sí, les puedo adelantar que tiene pila de cosas para decirnos. De muchas alegrías y de muchas tristezas.
Es que es un propietario de ley.

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